Por Ana Lucía Olmos Álvarez
En los últimos años, distintos hospitales públicos de la Ciudad de Buenos Aires (Argentina) comenzaron a transformarse en escenarios inesperados de producción artística y cultural: murales que irrumpen en las paredes grises, árboles vestidos con tejidos de colores, instalaciones interactivas que invitan a dejar testimonios, bibliotecas rodantes, espacios de arteterapia y payasos que recorren pasillos. Estas acciones no son solo intervenciones estéticas, sino que forman parte de una creciente trama de gestión cultural en salud, que persigue una doble búsqueda: humanizar la experiencia hospitalaria y ampliar los modos de entender y cuidar la salud.

Photo by A.L. Olmos Álvarez
Un reciente estudio sobre estas iniciativas muestra que, aunque se desarrollan en espacios donde la lógica biomédica es dominante, logran abrir nuevas formas de atención basadas en el reconocimiento de la dimensión social y cultural del proceso salud-enfermedad-atención. Allí donde la biomedicina tiende a ver procesos fisiológicos individuales, la gestión cultural (re)introduce vínculos, relatos, emociones, memorias y expresiones creativas que fortalecen lazos comunitarios y promueven el bienestar (Olmos Álvarez, 2023).
Este enfoque invita a repensar qué entendemos por salud y quiénes participan en su construcción.
Abordar estas experiencias desde el marco de la ciencia abierta permite resignificarlas: implica no solo producir conocimiento sobre ellas de forma colaborativa y accesible, sino también reconocer a los propios actores involucrados —gestores culturales, artistas, profesionales de la salud, pacientes, organizaciones del tercer sector— como co-productores de saberes. Abrir la ciencia en este campo supone:
- Documentar y visibilizar públicamente estas prácticas mediante repositorios digitales, bases de datos abiertos y plataformas colaborativas que reúnan materiales, evaluaciones de impacto y aprendizajes compartidos.
- Incorporar metodologías participativas que involucren a usuarios, comunidades hospitalarias y colectivos artísticos en el diseño y evaluación de programas culturales en salud.
- Reconocer y legitimar saberes diversos (no solo biomédicos) como parte de las estrategias terapéuticas, promoviendo un diálogo horizontal entre disciplinas, sectores y agentes.
- Fomentar redes interinstitucionales abiertas, que compartan recursos, financiamientos, herramientas y formación para sostener estos proyectos a largo plazo.
De este modo, la ciencia abierta no solo amplía el acceso al conocimiento, sino que también habilita nuevas formas de incidencia política y colaboración.
Mirar el hospital con otros ojos
“Buscamos sacar el gris hospital”, dice una responsable del área de cultura.
Otro gestor recuerda cómo empezaron:
“Fuimos buscando dentro del hospital a quienes sabían hacer algo: sacar fotos, tocar música, tejer… así fuimos armando los talleres”.
Estas iniciativas, nacidas muchas veces “a pulmón” y sostenidas con creatividad y trabajo cotidiano, demuestran que la salud no se reduce a tratar enfermedades, sino que también implica cuidar emociones, vínculos, memorias y deseos.
La ciencia abierta puede ayudar a que estas experiencias no queden invisibles ni aisladas, sino que circulen, se fortalezcan y se multipliquen. Porque abrir la ciencia también es abrir espacio para la imaginación y el cuidado compartido.
Olmos Álvarez, A. L. (2023). “Acá, es todo a pulmón”. Actores, escenarios/acciones y desafíos de la gestión cultural en salud pública en Argentina. Politicas Culturais Em Revista, 15(2), 207-228. https://doi.org/10.9771/pcr.v15i2.47071

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